lunes, 26 de noviembre de 2012

Diálogo.

(...) Alberto: ¿Por qué no te metes en un partido político.?
Pepe: ¿En cual.?
Alberto: En el PP (partido de derechas o conservador) por ejemplo.
Pepe: Soy demasiado romántico para dejarme llevar sólo por la razón sin tener en cuenta las emociones.
Alberto: Tienes toda la razón del mundo.
(...)





La moral provisional.

     Como para empezar a reconstruir el alojamiento donde uno habita, no basta con haberlo derribado (...) sino que también hay que proveerse de alguna otra habitación, en dónde pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo; así pues, con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir, desde luego con la mejor ventura que pudiese, hube de arreglarme una moral provisional, que no consistía  sino en tres o cuatro máximas (...).
     La primera fue seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando con firme constancia la religión en que (...) me instruyeran desde niño rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tenía que vivir.
     Mi segunda máxima fue la de ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera y seguir tan constante en las más dudosas opiniones, una vez determinado a ellas, como si fuesen segurísimas, imitanto en esto a los caminantes que, extraviados (...) no deben andar errantes (...), ni menos detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más derecho que puedan hacia un sitio fijo sin cambiar de dirección por leves razones (...) pues de este modo, si no llegan precisamente adonde quieren ir (...) acabarán por llegar a alguna parte, en donde (...) estarán mejor que en medio del bosque. Y así, puesto que, muchas acciones en la vida no admiten demora (...) si no está en nuestro poder discernir las mejores opiniones debemos seguir las más probables y aunque no encontremos más probabilidad en unas que en otras, debemos no obstante decidirnos por algunas y considerarlas después, no ya como dudosas, en cuanto se refieren a la práctica, sino como muy verdaderas y muy ciertas, porque la razón que nos ha determinado lo es. Y esto fue bastante para librarme desde entonces de todos los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las conciencias de esos espíritus vacilantes y débiles, que se dejan arrastrar a practicar como buenas las cosas que luego consideran malas.


     Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, a alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros absolutamente imposible.

R. Descartes: Discurso del Método, 3.ª parte.

viernes, 9 de noviembre de 2012

La duda como medio para obtener la ataraxia.

    Ellos (los escépticos) sostienen que nada es bueno o malo en sí. Pues, si existiera una cosa así, sería buena o mala para todos igual como la nieve es fría para todo el mundo. Pero como no hay nada que sea igualmente bueno o malo para todos, luego no hay nada que sea bueno o malo en sí mismo. En efecto, o bien todo lo que uno encuentra bueno, hay que juzgarlo o no. Y por otra parte, no es posible llamarlo todo bueno, ya que la misma cosa es juzgada buena para uno (por ejemplo, el placer para Epicuro) es juzgada mala por otro (por ejemplo Antístenes). Sucede, pues, que la misma cosa es a la vez buena y mala. Así, pues, si no consideramos bueno aquello que es llamado así por alguien, será necesario que discutamos y valoremos las distintas opiniones, lo que tampoco nos es posible hacer por idénticas razones. Luego, no sabemos qué es el bien en sí (...).
    En fin, los escépticos dicen que el bien supremo está en la duda, a quien sigue como su sombra, la tranquilidad. Pues dicen que no buscan ni rehúyen lo que está en ellos por naturaleza, y todo aquello que no depende de nuestra naturaleza pero nos alcanza por necesidad, no podemos evitarlo, como el hambre, la sed, el tener frío, la necesidad. No hay ningún razonamiento capaz de suprimir estas cosas (...).
    Nosotros elegimos o rechazamos según las costrumbres, por las razones expuestas. Nuestra elección es, pues, simplemente asunto de costrumbre.

Diógenes Laercio: Vida, doctrina y sentencias de los filósofos ilustres II.