domingo, 15 de junio de 2014

EL JUEGO DE REGLAS

EL JUEGO DE REGLAS

Voy con mi hijo Hugo, que tiene ahora tres años, desde que tenía algo más de uno a la plaza que está al lado de casa, hemos pasado aquí muchos buenos momentos, particularmente conozco a varios niños que forman un grupo, sé cuales son los nombres de algunos y de otros sus apodos que son heredados de sus padres; Alejandro, Pajarito, los Mellis (melli1 y melli2), Antonio y Rubén que también son mellizos, los cuatro mellis tienen 9 años, Alejandro y Pajarito un año menos. Muchas veces están jugando al fútbol usando como porterías dos de los bancos de la plaza, otras veces cogen las bicis o juegan con sus juguetes y como no, también con el móvil o la tablet y supongo que en sus casas con la videoconsolas, internet y las redes sociales para ellos es algo tan normal como montar en bicicleta.

Un juego me llamó la atención, es como una variante del escondite, al que yo también jugaba cuando era niño, se llama "La Lata", juegan con un balón que sitúan en el centro de la plaza, uno la queda y los demás se esconden, el que la queda tiene que encontrar a todos los demás antes de que cualquiera de ellos toque el balón, es decir, si encuentra a uno tiene que dirigirse al balón y decir; uno, dos y tres por Rubén por ejemplo, si Rubén llega antes al balón que Pajarito que es el que la queda, salva a todos los que han sido encontrados y todo vuelve a empezar, Pajarito sigue quedándola, tiene que encontrar a todos uno por uno para que termine el juego, y el último que encuentra es el que pierde y tiene que ocupar la posición de Pajarito en este caso, según dicen ellos, aunque yo esto nunca lo he visto.

El juego no suele durar más de una partida, porque es complicado que el que busca a los demás llege a completarlo, tiene que ser muy bueno para ello, normalmente el que la queda es el niño que ha perdido en un juego anterior, por ejemplo en un uno contra uno en el fútbol o en una carrera, también puede ocurrir que un niño nuevo quiera jugar, y alguien del grupo le diga que tiene que ser el que busque a los demás.

Procuro unirme al grupo en muchas ocasiones, para que mi hijo interactúe con ellos, ya sea para jugar al balón a La Lata o cuando están sentados en un banco hablando, me resulta muy fácil integrarme, supongo que ir con Hugo que ayuda, además parece que les gusta que un adulto se interese por lo que están haciendo, mi posición en el grupo es la de dejar hacer, es decir no quiero llevar las riendas, procuro ser uno más, lo único que no dejo es que se pegen o que den o se den balonazos, sobre todo porque está Hugo delante y pueden lastimarlo, ya que son bastante mayores en comparación, pero, por ejemplo, si están viendo en el móvil algo que intuyo que no deben y se están divirtiendo, simplemente no miro y tampoco dejo que Hugo lo vea (ya me estoy separando de ellos y no me estoy integrando), pero  procuro no decirles nada, aunque no siempre lo consigo. 

Cuando jugamos a La Lata a Hugo y a mí siempre nos encuentran los primeros, pero esto no me preocupa porque sé que el juego no durará más de una partida, es como un castigo para el niño que perdió en el juego anterior o como un peaje para el niño que quiera jugar que venga de fuera.

Como ya he dicho, es díficil que termine una partida o más concretamente que la quede otro niño distinto, ya que se hace tan largo que es complicado de finalizar, en unas ocasiones les interrumpe una madre para que alguno de ellos entre en casa o simplemente se aburren y cambian de actividad.

CONSERVACIÓN DE LA SUSTANCIA

CONSERVACIÓN DE LA SUSTANCIA

A lo largo de este curso y debido a esta asignatura he tenido varias conversaciones con Hugo a cuenta de esta asignatura y más concretamente de la conservación de la sustancia.

A principios del curso pude observar que el estadio en que se encontraba Hugo con respecto a este tema era el de no conservación, llegué a esta conclusión después de confeccionar junto a él dos bolitas de plastilina, digo junto a él porque hasta que no me dió el visto bueno de que eran iguales, de que en las dos bolitas había la misma cantidad de plastilina, no dí el siguiente paso, que consistía en aplastar una de las bolitas de plastilina y volver a hacer la pregunta:

José .- ¿Hugo dónde hay más cantidad de plastilina, en esta bolita o en esta?

Hugo .- aquí y aquí

Después de varios intentos se convenció o aceptó que las dos bolas eran iguales.

Aplasto una de las dos bolas.

José .- ¿Hugo dónde hay más plastilina ahora, en la bolita o en la torta?

Hugo .- en la bolita.

José .- ¿por qué?.

Hugo .- porque tú has aplastado ésta.

José .- Pero Hugo, si sólo he aplastado una bolita y tú antes me dijiste que las dos eran iguales, además podemos volver a hacer una bolita con la torta.

Vuelvo a hacer una bola con la torta de plastilina y le hago la misma pregunta, a lo que Hugo responde que ahora hay la misma cantidad de plastilina, compruebo que el concepto de reversibilidad no está en su entendimiento. Me sorprende la rapidez de sus respuestas.

Vuelvo a empezar haciendo dos bolas de plastilina iguales.

José .- ¿Hugo dónde hay más cantidad de plastilina, en esta bolita o en esta?

Hugo .- aquí y aquí

Hago la misma operación transformando una de las bolitas en un gusano, esta vez responde que hay más cantidad en el gusano, vuelvo a intentar explicarle la reversibilidad, seguidamente hago trocitos de una de las dos bolas de plastilina, esta vez responde que hay más cantidad en la bola, vuelvo a construir una bola con los trocitos de plastilina y le pregunto dónde hay más, veo que se aburre, lo dejo.

Hace unos días repito la operación esta vez con dos cuñas de queso que corto delante de él hasta que se convence de que son iguales. Ahora tiene los tres años y medio, a principios de curso sólo tenía tres años.

José .- ¿Hugo, dónde hay más queso aquí o aquí?

Hugo .- aquí hay más y aquí hay más.

Doblo una de las dos cuñas de queso por la mitad.

José .- ¿y ahora dónde hay más queso?

Hugo .- aquí (señalando la cuña entera).

José .- ¿por qué?

Hugo .- porque tú has doblado ese.

José .- ¿y ahora, cuál elegirías?

Hugo .- este (señalando la cuña de queso intacta).

José .- ¿por qué?

Hugo .- porque este tiene menos y este tiene mucho.

Uno los dos trozos de queso, formo de nuevo la cuña y le pregunto.

José .- Pero mira Hugo he unido los dos trozos y ahora son de nuevo iguales, ¿dónde hay más queso ahora?

Hugo .- en este y en este,

José .- ¿por qué Hugo?

Hugo .- porque aquí hay menos y aquí hay menos.

Ahora parece hay un indicio de que entiende el concepto de reversibilidad, pero sigue en el estadio de no conservación, sus respuestas siguen siendo rápidas y seguras, aunque se aburre pronto del juego. Al cabo de un par de días vuelvo a intentar la prueba de la plastilina, primero de la misma forma que al principio de curso y luego en otra ocasión cuando estamos sentados en el sofá con dibujos, constato de nuevo que se encuentra en el estadio de no conservación y de que no parece entender el concepto de reversibilidad.

David Marr

David Marr procedía del campo de la neurociencia teórica y durante los primeros años de su carrera como investigador estuvo interesado en la teoría abstracta del cerebro. Posteriormente se centró en la investigación de la visión y sintetizó su teoría en su libro Visión que está considerado como una de las contribuciones más importantes del siglo XX al estudio de la percepción visual. El libro fue publicado póstumamente en 1982, casi dos años después de su muerte por leucemia en noviembre de 1980 a los 35 años.


David Marr

lunes, 10 de marzo de 2014

El viejo pescador.


Era un viejo pescador que vivía en una cabaña junto al mar, todos los días se levantaba muy temprano, se tomaba un café solo, preparaba una mochila con algo de comida y una botella de agua, cogía los aperos de la pesca, los metía en su vieja barca y se hacía a la mar, siempre se alejaba más de la costa de lo habitual, pero estaba convencido de que un poco más de riesgo merecía la pena, lo primero que dejaba de ver eran las viejas casas de los pescadores y los paisanos que mariscaban cerca de la orilla, luego los edificios más altos, hasta que sólo veía mar y cielo, en ese momento lanzaba sus redes para coger peces más pequeños que normalmente le servían de carnaza para su caña de pescar con la que capturaba los peces grandes que era lo que a él le interesaba, pues eran los mejor pagados en el mercado.
El viejo llevaba una racha de mala suerte y ahora intuía que eso iba a cambiar, y así ocurrió, de pronto la caña se dobló hasta casi romperse, tuvo que soltar cuerda poco a poco, notando la gran fuerza que ejercía el pez, justo cuando casi se hubo agotado la tanza el pez comenzó a cansarse y a subir a la superficie desde las profundidades, cuando llegó arriba, los saltos eran espectaculares y la visión del gran pez sobrecogió al hombre que estaba decidido a cobrarse su presa, su pericia hacía que los intentos del pez por liberarse resultaran inútiles, cuando consiguió acercarlo a la barca, lo agarró con un gancho de hierro y tuvo que amarrarlo al costado de la barca para transportarlo ya que dentro no cabía. El gran pez derrotado miraba al viejo con sus grandes ojos negros y redondos, éste sintió admiración por tan magnífico animal y pesar por no poder dejarlo vivir.
Después de tanta lucha, el viejo estaba muy cansado, así que recuperó fuerzas comiendo y bebiendo un poco para luego dormir un rato. Lo despertó la lluvia, parecía que se acercaba un temporal, y aún no veía los edificios altos, además la barca no estaba nivelada por el peso del gran pez, se dió cuenta de que la tormenta lo pillaría y tendría que emplearse a fondo, pensó que el cielo se había enfadado con él por haber pescado una criatura tan divina, rayos, truenos y centellas cayeron sobre la barca y agua, mucha agua, olas enormes que a punto estuvieron de hacerlo naufragar, y lo más importante, perder a su pez. Exhausto logró capear el temporal, pero no acabaron aquí las dificultades, cuando ya estaba cerca de su objetivo, unos escualos, tiburones, marrajos, habían olido la sangre del pez, incluso la habían saboreado ya, con la ayuda de los remos, el viejo intentó espantarlos, pero no lo conseguía, eran demasiados, así que lograron comerse casi todo el pez, nuestro hombre derrotado y sin fuerzas  llegó a orilla, hubo de tenderse en la arena para descansar y se quedó dormido, un joven amigo y discípulo suyo le ayudó, pudo ver los restos del gran pez que el viejo no logró salvar, llevó al viejo a su casa y le consiguió un buen trozo de pan y algo de vino, cuando hubo comido lo acostó y le dijo; viejo, mañana puede volver a intentarlo, si me permite me gustaría ir con usted, jamás volveré a dejarle solo, aunque mi familia no quiera.

El viejo y el mar (The Old Man and the Sea) es una historia escrita por Ernest Hemingway en 1951 en Cuba y publicada en 1952. Fue su último trabajo de ficción importante publicado en vida y posiblemente su obra más famosa.