jueves, 9 de mayo de 2013

Dos cosas llenan de admiración y motivan mi ánimo.

"Dos cosas llenan de admiración y respeto mi ánimo, el cielo estrellado sobre nosotros y la ley moral dentro de mí", esta es la frase que sirve de epitafio en la tumba de Kant.

Por una parte su admiración por el cosmos, por el universo, por otra el respeto a su propia ley moral, la verdad inmutable que él descubrió y demostró después de un monumental esfuerzo de pensamiento y obra.

Su moral, autónoma, ética deontológica o del deber, dada por todos y cada uno de nosotros de forma individual puede llegar a convertirse en universal, válida para todos, pero ¿cómo puede entenderse ésto?, que algo individual pueda ser universal, necesariamente si esa moral ya existía en otro plano, pero, esto es importante, vinculada a todos y cada uno de nosotros.

Este afán por encontrar la existencia de lo trascendental es común a muchos grandes pensadores. E. Bloch de orientación Marxista, pensaba, al contrario que éste, que la religión no era opio del pueblo sino más bien algo necesario para la supervivencia de la personas y en muchas ocasiones su único refugio, es lo que personalmente entiendo por su "principio esperanza", otra puerta abierta a la trascendencia, aunque para Bloch la esperanza puede ser frustrada. Otros ejemplos los podemos encontrar en "Prólogo a un silencio mayor" de Santiago Kovadloff o en "Conferencia sobre Ética" de Wittgenstein.

Todo esto contrasta con la postura existencialista de Sartre que ni siquiera se esfuerza en demostrar la trascendencia, sino más bien aunque existiera nada cambiaría el hecho de que "estamos condenados a ser libres", es decir que la trascendencia, de existir, no implicaría determinismo, no afectaría a nuestra libertad, al libre albedrío.

Dos cosas llenan de admiración y motivan mi ánimo, el cielo estrellado sobre nosotros y el principio esperanza de Bloch, la búsqueda de la trascendencia, de la inmortalidad, sin renunciar a ser libre. Es nuestra obligación moral trabajar por la inmortalidad.